25 junio 2007

Vestiditos blancos

El fin de semana me dio por hacer limpieza y me dije, voy a tirar las cosas viejas que he ido guardando desde no sé cuando en esta caja. Entre el “chismógrafo” de la secundaria y un recorte de la falda de mi uniforme encontré una tarjeta de San Valentín que me regaló un noviecillo en tercer año (el primero que con una de sus manos me tocó la cintura y luego puso la punta del meñique justo donde inicia la rayita de las nalgas).
            También estaba ahí la bolsita donde tengo guardado mi vestidito de bautizo y el libro de mi primera comunión. Me acordé de los días del catecismo y del entusiasmo que despertaba en mí el pasar por el centro de la iglesia con mi velito y mi vestido blanco con crinolina. Por fin me vería como una princesa: ataviada con guantes de seda y zapatos nuevos de charol, estrenando calcetas “Periquita” con tejido de corazones y, por supuesto, la vela y mi librito de oraciones en la mano con su rosario en medio. Recuerdo que esa mañana me corté el copete y salí bien trasquilada en las fotos. Estaba muy asustada cuando entré a confesarme por primera vez, me acusé de ser muy contestona y de salirme sin permiso a jugar con mis amigas a sus casas. ¿De qué podía ser culpable a los diez años?, me pregunto hoy.
             “No desearás a la mujer de tu prójimo”, esa fue la lección más complicada, la más perturbadora. ¿Qué quería decir este mandamiento? ¿Qué maldad oculta entre las piernas hacía que los hombres ofendieran a dios con el pensamiento? Creo que fueron mis primeras sensaciones eróticas, desde luego llenas de vergüenza y culpabilidad. De eso, claro que no hablé con el confesor. Fue la única instrucción sobre sexualidad que abiertamente recibí de mi familia. Pasaron muchos años para que perdiera el miedo a caer en el infierno. Un día en la prepa dije, no más y creí haberlos mandado al carajo. Pero no, la verdad es que sigo siendo una miedosa.
            Un día fui al altar y me vestí nuevamente de blanco. Ahí me enteré de que el ramo de novia simbolizaba la fertilidad porque me lo dijo el sacerdote en voz quedita cuando se acercó a bendecirlo para que tuviera muchos hijos. Al cabo de los años comencé a preguntarme: si en la iglesia todo está regido por la masculinidad y aquel mandamiento reza “no desearás a la mujer de tu prójimo”, ¿entonces podrá una desear al hombre de la prójima o a su mujer? ¿o será simplemente que una no debe desear nada?. Eso del derecho canónico y la teología no se me dan.
            Finalmente pienso que sólo se trata de un artículo para restringir la convivencia entre los sexos, sabrá dios si por aquello de la multiplicación bíblica, o para que no vaya una por la vida con el condón en la bolsa lista para explorar. Sobre todo eso, que aquellas letanías han ensuciado el cuerpo y cada uno de sus botones, que corrompieron cualquier posibilidad de placer bien habido y libre de cargos desde el principio. Ahora comprendo la razón de los rincones oscuros y el corazón agitado, la mirada gacha por varias semanas después del primer beso. La perversión pura y su mugre. ¿Y el placer? ¿El placer? Pues no, nada de placer: temor puro en un principio. Luego ya, como que una aprende a retozar.
            Pero no, la verdad cero. En cuanto al sexo, no fueron enseñanzas sabias las que aprendí en mi casa. Recuerdo que cuando los protagonistas se besaban en la televisión se hacía un incómodo y caluroso silencio en la salita. No faltaba el gurú que le cambiara al canal ante la desvergüenza: ¡Esa ya estuvo! ¡Pobre mujer! ¡Qué pendeja! (¡Viva la castidad!) Yo imaginaba que el sexo era algo así como en las películas de Pedro Infante: que luego de un beso aparecía una vela encendida y en un segundo aparecía otra derretida sin luz, que luego todos eran ya muy felices. Si alguna vez pregunté, me habrán dicho que lo descubriría el día de mi boda. Ni idea, hasta que lo probé.
            Así que de enfermedades venéreas y de embarazos nada. ¿Para qué? ¿Información sobre el SIDA? Pues no, la gente decente no se contagia, es suficiente un documental sobre el aborto para desanimarla. De cómo hacerle para sentir rico… menos. Y así… puras de esas. No hubo socialización del placer femenino. ¿Será por que se trata de un fenómeno social reciente?, ¿de una veta casi virgen para las mujeres de este país?, ¿o de veras será que no existe y que es puro cuento?, porque no encontré estadísticas de los orgasmos femeninos por mes. Lo peor de todo es que a estas alturas mi madre se ruboriza y se esconde entre las bolsas de jabón y la lavadora para evitar el tema. ¡Vaya!, le digo yo. ¡Cuánta ropa sucia! Mis historias me las he ido quedando y están casi todas, junto con el vestidito blanco, en mi caja de objetos memorables. ¡Saltan como locas cada vez que me asomo!





Publicado en la revista andante26, núm. 05 (2007)

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