30 enero 2011

A tientas salía de la cueva. Una voz guiaba sus manos sobre las rocas, creía que su origen estaba en la cima y se llenaba de temor cuando la vibración de su propio sonido la despertaba de un sueño. Para hacer contacto en la penumbra se entregaba a un silencio divino.

Hubo una época de lluvia durante el ascenso y los muros cercanos a la boca de la tierra se humedecieron. Sus pies desprendían terrones que la obligaban a un descenso involuntario. Ese viaje de lento retorno formaba su cuerpo, su resistencia. Aprendió a medir la fuerza para continuar hacia la luz sin desgajar la matriz de la montaña.

El ascenso se registró en su piel, el tiempo en sus ojos cansados de ir a ciegas. Las marcas grabadas en los muros por sus uñas cuñas narran la historia de su desplazamiento.

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